Acta de creación de la Guardia Municipal

A continuación puede ver el documento original del acta de creación:

Acta de creación

La creación de la Policía Municipal, signo de modernidad.

José Sánchez Adell, Cronista Oficial de la Ciudad.

"El haber sabido evolucionar y adaptarse a las exigencias de los nuevos tiempos, es indudablemente su mayor timbre de gloria."

Sería sumamente interesante, en este año centenario de la creación de la Policía Municipal de la ciudad de Castelló de la Plana, poder trazar los rasgos más característicos que definían el ambiente de aquella modesta capital de provincia en la década final del siglo XIX, cuando se produce aquel hecho innovador dentro de la vida local. Aunque la empresa requeriría una cierta holgura de tiempo y la intervención de manos diestras especializadas en el conocimiento de ese priodo histórico, no es aventurado decir que la creación del citado cuerpo viene a coincidir -y a confirmarlo- con un momento de progreso y cambio en la historia de la ciudad. Desde un punto de vista demográfico, hay que subrayar que Castellón, que había iniciado el siglo XIX con 13.000 habitantes, se estaba acercando a los 30.000 en ese año 1895 que ahora recordamos, con todo lo que esto representaba para la vida urbana.

Aires de modernidad corrían por la ciudad desde hacía algún tiempo, algunos insinuados ya en la época del gobernador don Ramón de Campoamor. Novedades más o menos recientes y notables de la historia del desarrollo local se habían registrado en los aspectos de las comunicaciones (ferrocarril a Valencia y Barcelona; tranvía a vapor al Grao y a Onda): la construcción del puerto para la que en el año 1895 se produjo una importante subasta: la construcción del Paseo de Ribalta; la inauguración de la Plaza de Toros en 1887, así como la del Teatro Principal en 1894; el desarrollo de las obras del Hospital Provincial; las mejoras en el alumbrado público con petróleo, gas y electricidad; la inauguración del teléfono (1889), etc. Repasando las actas municipales de esos años en que la ciudad va ampliando su perímetro, llama la atención la preocupación del Ayuntamiento por múltiples aspectos de eso que se llama policía urbana, incluyendo la construcción de aceras, pavimentado de calzadas y, sobre todo, la rotulación de antiguas y nuevas calles.

Casualmente, precisamente en ese año 1895 en que era creada la Policía Municipal se producía el fallecimiento de un personaje de gran relieve en la vida castellonense, Domingo Herrero, alcalde y figura clave de algunas de las mejoras antes señaladas, y con mucha probabilidad directamente relacionado con la citada creación.

No cabe duda de que la Policía Municipal aparecía en Castellón en un momento oportuno para las necesidades que la nueva realidad ciudadana demandaba. El haber sabido evolucionar y adaptarse a las exigencias de los nuevos tiempos, es indudablemente su mayor timbre de gloria.

La ciudad y su Policía.

I. La seguridad ha preocupado siempre y en todas partes, tanto en el campo como en la ciudad, aunque la forma de entenderla y lograrla varíe de un medio a otro. Puede decirse que en aquel predomina la autodefensa; en ésta, corre a cargo de la comunidad.

También dentro de las ciudades -al experimentar necesidades distintas- existen diferencias en cuanto al modo de llevar a cabo el principal objetivo de la acción policial: la seguridad de personas y bienes.

Por otra, la ciudad, en el ejercicio de su función culturizadora, proyecta el sistema que ha elegido y experimentado a todos los ámbitos de la nación o, al menos, a una parte importante de ella. Tal es el caso del conde de Pergen ampliando (1782) los métodos y organización de la Policía de la ciudad de Viena a todo el territorio austríaco.

La ciudad a través de los tiempos evolucionó -condición indispensable para subsistir- y así desde las ciudades excepcionales de la Edad Antigua se pasó a la proliferación urbana característica de la Edad Media y en la actualidad son el lugar donde viven la mayor parte de los habitantes de la Tierra.

Además, al surgir nuevas necesidades de acuerdo con las nuevas estructuras, una solución sencilla consistía en atribuirlas al más organizado de los órganos de que se disponía, es decir, a la Policía, que ha visto incrementada así de modo extraordinario sus misiones y aún ahora dedica tiempo y hombres a cumplir con ese contenido residual de funciones no privativas.

"Precisamente de los gremios nace la institución de la vigilancia individualizada, más conocida por los serenos".

II. Los sistemas empleados para el servicio de seguridad han sido, fundamentelmente, tres: la prestación obligatoria, la vigilancia individualizada y los cuerpos especializados en la materia.

La prestación obligatoria de los ciudadanos es la forma más antigua y de hecho se la puede encontrar en todas las épocas y contenintes, desde la antigua Roma a la moderna New Amsterdam (hoy New York). suele emplearse como ejemplo del sistema "el Service de Guet" ideado y puesto en práctica por el abad Wilfred de St. Gall en pleno siglo IX; era una "guardia de protección" de la ciudad de París de la que necesariamente formaban parte todos los "ciudadanos distinguidos" quienes eran llamados a prestar servicio por turno riguroso. A pesar de las condiciones de "distinción que reunía el servicio, no parece que resultara excesivo el abandonar los negocios propios para atender los ajenos, a veces con evidente riesgo personal. Por ello el propio abad estableció una multa de 4 "sols d'or" para quienes faltaran a la hora de prestar servicio o no aportaren una persona que le sustituyese. El percibir los sustitutos una gratificación por parte del sustituído fue el germen de los modernos sistemas en los que el ciudadano paga sus impuestos (entre ellos los gastos de la Policía) y un grupo determinado se encarga de las funciones de seguridad.

De aquí partió en tiempos de San Luis Rey (mediados del siglo XIII) la idea de crear el cargo de "Chevalier du Guet", que al frente de treinta hombres a pie y otros tanto a caballo -todos profesionales- se encargaba de la seguridad urbana en las horas nocturnas. Antes Enrique I destinó al mismo fin un cuerpo de doce alabarderos con resultado dudoso, quizá por lo escaso de su número o porque iban por las calles tocando la trompeta (para acreditar su presencia) con lo que no dejaban dormir a los vecinos e informaban a los delincuentes del lugar en que se hallaban.

De una u otra forma, el sistema de "Guet" dio buenos resultados hasta el punto de ser copiado poco más tarde en Alemania, si bien en forma de "milicia ciudadana" y con un carácter marcadamente militar.

La innegable importancia de los gremios en la vida urbana medieval introdujo una variante en el sistema por la cual los gremios se comprometían a mantener grupos enteros destinados al mantenimiento del orden procediendo cada uno de acuerdo con sus propias ordenanzas e ideología particular. Tal dedicación a la lucha contra el delito movió al gremio "peraires" a fletar una embarcación, a someter, vencer a una galera tunecina y rescatar el Santísimo del que se había apoderado en una incursión sobre Torreblanca.

III. Precisamente de los gremios nace la institución de la vigilancia individualizada, más conocida por los "serenos": cada gremio en la calle o calles contrataba los servicios de un vigilante nocturno que impidiera los robos y, si fuera preciso, diera la voz de alarma en caso de incendio.

El sereno tradicional vio confirmada legalmente su posición en España en 1834, en el que un Real Decreto lo declaró obligatorio, al menos, en todas las capitales de provincia, visto el excelente resultado de sus servicios en aquellos puntos en que lo prestaban. La propia Ley de Enjuiciamiento Criminal se ocupa de ello en el art. 283.

Tenía que hacer sus "rondas" siguiendo su "vereda" (circuito de calles a su cargo), durante la cual daban muestra de su presencia cantando la hora, entre invocaciones piadosas, y dando cuenta del estado atmosférico, de donde les vino el nombre. Se les retribuía mediante unas cantidades que se pagaban por edificio, a cuyo objeto, una comisión especial integrada por dos concejales y otros tantos contribuyentes determinaba las cantidades a pagar de acuerdo con las condiciones de los inmuebles.

Había "serenos de villa", que corresponde a los descritos, "serenos de comercio", pagados exclusivamente por los establecimientos cuya custodia se les encomendaba. Una tercera categoría llamada "de suplentes" formaba una especie de lista de espera para sustituir a unos y otros cuando se presentaba la ocasión. En algunas ciudades tenían prohibido sentarse antes de las doce de la noche y, por descontado, siempre en plena calle, siendo falta gravísima la de abrir un portal para meterse dentro a dormir. También las ordenanzas de serenos establecían en qué noches podían ponerse la capucha y a partir de qué hora. Además de la "ronda", desempeñaban funciones especiales -con pago a parte-, cual era la de despertar a alguien a determinada hora o acompañar a través de las desiertas calles a aquellos que se veían en la obligación de transitar por ellas a horas desacostumbradas. Por cierto, que la hora a que se deseaba ser despertado se materializaba colocando otras tantas piedras en el umbral de la casa, y de esta práctica tomaban los jóvenes inquietos de la época para gastar bromas proporcionando despertares no deseados a aquellos vecinos con fama de tener peor genio.

Con todo, no era esto lo peor: el que tenía la desgracia de que durante un año se produjeran tres robos sin que él hubiera hecho nada para detener a los culpables, era castigado con la pérdida de la plaza; para las faltas menores estaban las multas, y un castigo especial consistía en hacerse acompañar continuamente por otro sereno al que tenía obligación de para de su bolsillo.

En contra de lo que pueda pensarse, los serenos gozaban de la general consideración, y cuando la ciudad de Copenhague quiso rendir homenaje a su fundador, el obispo Absalon de Roskilde, colocó su estatua en el centro de la fachada del palacio consistorial rodeada de una guardia de honor consistente en seis estatuas de serenos vistiendo uniformes de otras épocas.

"Durante este tiempo, la Policía en los campos corría a cargo de los nobles, quienes la ejercían a través de sus fuerzas militares."

IV. Durante este tiempo, la Policía en los campos corría a cargo de los nobles, quienes la ejercían a través de sus fuerzas militares; los reyes hacían lo propio, cuando podían; en ocasiones se desarrollaba esa misma actividad en el interior de las ciudades. El robustecimiento de los reyes, en detrimento de la nobleza, hizo que la sucedieran también en la parte de la función policial que desempeñaban. Las fuerzas armadas de los reyes y nobles, a diferencia del sistema anterior, eran un órgano especialmente jerarquizado o, si se prefiere, que mantenían la jerarquía de los campos de batalla, en sus nuevas tareas de mantenimiento del orden.

Esta Policía jerarquizada urbana prestaba servicio durante las 24 horas del día y, en razón de ello, desempeñaba muchas más funciones que el "Guet", reducido a la noche y a la seguridad ciudadana. Efectivamente, tareas tales como la limpieza de las calles, el censo de los habitantes, la ayuda a las procesiones y cortejos, obligar a los vendedores a concurrir con su mercancía a los mercados, e incluso la vigilancia de los enfermos infecciosos, corrían a su cargo. Pero en la ciudad no sólo había personas trabajadoras y honradas, sino también gran cantidad de maleantes, lo que hizo que la seguridad ciudadana fuera su objetivo principal.

Con todo, la máxima preocupación de esta nueva fuerza no era el bienestar de los ciudadanos, sino el interés del rey, lo que implicaba pasar a segundo término las infracciones que no afectaban directamente al soberano; se trataba de una Policía dedicada a la auto-protección del gobernante y, en cierto sentido, "legisladora". Por supuesto que la Policía administrativa no le concedía especial atención y eran escasas sus intervenciones en la materia. Siglos después, la más hermosa ciudad sudamericana que sustituyó a la totalidad de su propia Policía por efectivos de la Policía estatal, pudo comprobar que -entre otras cosas- habían surgido en su término municipal cientos de edificios sin licencia y con la correspondiente anarquía en cuanto a lugar, volumen y destino.

Incapaces los poderes centrales de atender a estas demandas, les permitieron a los municipios organizar sus propias fuerzas policiales y en una segunda etapa -visto el éxito conseguido- a obligar a la construcción de cuerpos de Policía Local en todas las capitales.

LA POLICÍA LOCAL.

"El advenimiento de la II República supuso una época de mejoramiento de las Policías Locales que vieron aumentada su importancia, consideración, equipo e incluso sueldo."

V. Las Policías Locales en España se ven reconocidas, y obligatoriamente impuestas, por una ley de 2 de octubre de 1877. Eran cuerpos armados jerarquizados, dependientes de la alcaldía, y obligados a colaborar con la Policía del Estado en el mantenimiento del orden público; obligación que les fue perentoriamente recordada en el R.D. de 24 de febrero de 1908. Ést aúltima faceta provocó una reacción adversa en las corporaciones quienes junto a los cuerpos de Policía Municipal crearon las llamadas "Guardias Urbanas", sobre las que no tenían jurisdicción los gobernadores civiles y que se dedicaron a funciones administrativas y luego exclusivamente al tráfico. Barcelona mantuvo esta duplicidad hasta el año 1939.

La legislación de principios del siglo XX y finales del XIX, referente a la Policía de las ciudades, puede dividirse en dos grandes grupos: las normas que se dedican a recortar atribuciones y las que les van concediendo paulatinamente cada vez más competencias.

El advenimiento de la II República supuso una época de mejoramiento de las Policías Locales, que vieron aumentada su importancia, consideración, equipo e incluso sueldo. Se empezó también el proceso de motorización, y donde no se pudieron alcanzar vehículos de motor, se crearon secciones ciclistas. Todo este movimiento se vió afectado por la guerra; durante ella, las intervenciones de la Policía Local se centraron en la ayuda a los afectados directa o indirectamente por el conflicto, y de modo especial a los damnificados por los bombardeos.

La necesidad de dar colocación a la numerosa cantidad de excombatientes, hizo que se suavizaran las condiciones de ingreso en los diferentes Cuerpos de la Nación, y consiguientemente en los ayuntamientos. Las numerosas vacantes de las plantillas se vieron ocupadas por un personal heterogéneo, producto de la desmovilización, con resultados diferentes según su capacidad, formación y, sobre todo, vocación

Corresponde a esta época un auténtico vacío legal en materia de Policías Locales: la legislación nacional se presentaba confusa, suponía principios a menudo inaplicables en un cuerpo policial; por otra parte, los reglamentos locales no eran mucho más afortunados. Todas las legislaciones ofrecían un factor común: la ausencia de técnicos en su redacción y de consulta previa antes de ser aprobados. La creciente motorización, por una parte, y las inquietudes sociales por otra, hicieron que cada día fueran adquiriendo más importancia las Policías Locales, debido a su intenso despliegue y al extraordinario conocimiento del medio en el que se desenvolvían. Predominaban las intervenciones asistenciales, lo que ha propiciado que fueran más populares que otros cuerpos de seguridad

VI. Las características de la Policía Local moderna son:

  • Aumento de efectivos. Las plantillas de Policía Local experimentan sensibles aumentos todos los años y en todos los cuerpos. Los efectivos totales exceden a los de la Policía Nacional y, probablemente, la diferencia irá aumentando en lo sucesivo.
  • Incremento de medios. Particularmente, en materia de transmisiones y de motorización, cuyo coeficiente (relación vehículos/policía) alcanza fácilmente cifras de 0,30 y superiores.
  • Nivel cultural más elevado. Ha contribuido a ello de forma indudable la creación por las autonomías de centros especializados de formación policial; en menor escala, de los mandos, pero de todos modos de forma apreciable.
  • Surgimiento de las Ciencias policiales. Lógica consecuencia de lo anterior, los estudios cada vez más intensos sobre la materia, han puesto de relieve la importancia y necesidad de contar con un conjunto ordenado de conocimientos que formulen las reglas necesarias para resolver cuantas cuestiones se presenten en el futuro.

VII. En la práctica, y en cualquier ayuntamiento, la Policía Local interviene en la preparación de la mayoría de las decisiones, prescindiendo de las que legalmente puede y debe adoptar por sí misma.

Si en un esfuerzo imaginativo suprimiéramos todos los expedientes en los que ha intervenido la Policía Local, las oficinas municipales se quedarían con un escaso número de papeles.

Ello hace verdad la frase que -en elogio de la Policía de su tiempo- pronunciara Sebastián Mercier en pleno siglo XVIII: "En el gobierno de la ciudad, como en los relojes de lujo, es una humilde rueda de latón la que hace que las saetas de oro puedan marcar el paso del tiempo sobre una esfera de plata y brillantes".

Guardia Urbano Policías Locales Servicio Municipal de Lacero, 1964.

Al paso de los años.

Francisco Pascual, periodista.

Uno de los momentos estelares que sin duda vivió la ciudad de Castellón coincide precisamente con el tiempo en que se crea la Guardia Municipal y, en cierto modo, es un testimonio más y posiblemente el más importante de la ambición que marcó la vida local en aquel periodo entre dos siglos. De aquel periodo queda en los castellonenses un regusto agridulce en el recuerdo. Por un lado, está el orgullo y el reconocimiento hacia una generación absolutamente ejemplar por la fe que tuvo en su pueblo, y de otra parte, una especie de soterrada frustración mantenida durante muchos años por la sensación de no haber sido capaces de continuar aquel esfuerzo.

Cuando el ministro Javier de Burgos llevó adelante en 1833 la división de España en provincias y se concedió la capitalidad provincial a Castellón, aquella decisión fue asumida por toda la ciudad como un reto en el que se conjugaban la grandeza y la servidumbre de la nueva condición. Los castellonenses de la época, conscientes de los que representaba este hecho, y las instituciones y entidades más representativas en cabeza, emprendieron una serie de iniciativas urbanas que cambiaron totalmente una población que, en el contexto de una economía de labradores y artesanos, supo dar el paso adelante para poner al día -como se dice ahora- sus infraestructuras, en un final de siglo brillante que tuvo su continuidad en los comienzos de la siguiente centuria. Fue entonces cuando se concretaron realizaciones tan decisivas, que aún hoy están vigentes, como el Paseo Ribalta, el Teatro Principal, la Plaza de toros o el Hospital Provincial, con la inauguración de las obras del Puerto que ha sido considerada como la gran iniciativa de Castellón en el siglo XIX.

En este caldo de cultuvo, nació la Guardia Municipal, como una consecuencia lógica en un Ayuntamiento con visión de futuro. Sin duda, aquella decisión debió sorprender a los vecinos, pero desde el primer momento el nuevo Cuerpo encajó como una institución entrañable a partir de entonces en la ciudad. Los "polisseros" pasaron a ser rápidamente personajes de relieve en la vida ciudadana y el quehacer de los castellonenses en la sucesión de los días y los trabajos. Poco a poco, los guardias municipales fueron definiendo sus funciones al servicio de la población, aunque en un principio tuvieran un cometido más bien como de apoyo a la gestión municipal. En la pequeña historia, y las notas a pie de página de la historia grande de nuestro pueblo, se reflejan las mil y una anécdotas en torno a aquellos pioneros, humildes y honrados, muy lejos de la formación policial que adquieren actualmente los guardias, pero en cualquier caso con el mismo espíritu de servicio, abnegación y esfuerzo, al margen y por encima de los consabidos chascarrilos y divertidas historietas, lógico reflejo de su propia humanidad.

Ciertamente, a partir de este momento, difícilmente se podrá entender la historia de Castellón en los últimos cien años sin considerar lo que ha representado la aportación de la Guardia Municipal en toda su dimensión, porque la ciudad y su desarrollo, sus miserias y grandezas, han sido vividos plenamente por este Cuerpo totalmente identificado con la esencia misma de la realidad ciudadana en cada época.

Y a lo largo de todos estos años, la Guardia Municipal no sólo cubrió funciones relacionadas con el orden público, sino que fue sobre todo un estamento que desempeñó diferentes misiones de ayuda y asistencia al ciudadano. A parte su participación como maceros o escolta de gala en lo que podríamos calificar el apartado del protocolo municipal, los guardias cubrieron también servicios tan estimables como el de pregonero que leía los bandos en una serie de lugares estratégicos del casco urbano, tanto en "la vila" como en "els ravals". En aquel Castellón más familiar de hace tan sólo medio siglo, los que entonces éramos niños rodeábamos a Tomás Llorens "el Bado", posiblemente el último y más recordade de nuestros pregoneros, para rubricar su bando con el consabido "Vitol". Algo parecido en su contenido costumbrista, podríamos decir de "La Perrera" y "els perreros", auténticos virtuosos en el manejo del lazo, a pesar del incordio de los niños que hacíamos lo posible para espantar la presa y librarla del encierro en el carro-celular. Uno de aquellos laceros fumaba una cachimba y se lo tomaba con calma. Llegó a ser muy popular entre la chiquillería.

Colegas de los guardias municipales, aunque al margen de la institución, estaban los serenos. Ave María, las doce de la noche y sereno; era la cantinela.

Colegas de los guardias municipales, aunque al margen de la institución, estaban los serenos. "Ave María, las doce de la noche y sereno", era la cantinela que repetían cada hora para información "viva voce" de los que sufrían de insomnio, porque los durmientes ni se enteraban. Aquellos vigilantes nocturnos vivían un poco de la caridad pública, porque tenían que ir a cobrar el recibo de casa en casa, sin que el Ayuntamiento en realidad tuviera nada que ver con el tema, al menos en su financiación. A pesar de esto, los vecinos les profesaban un especial afecto y consideración por su entrega en un oficio poco grato y a veces hasta peligroso como es siempre el de cualquier celador de la seguridad, y en este caso más todavía, porque estaban en vela toda la noche hasta las primeras luces del alba en una ciudad que dormía confiada en sus vigías. Aquella "rara avis" poco a poco desapareció, a medida que fallecían o abandonaban los más mayores en edad, ya en los años 60. Y en esta última etapa, el ayuntamiento les acogió como auxiliares de la Guardia Municipal con un salario digno y al margen de la precariedad que sufrieron durante tantos años y además, nunca mejor dicho, con nocturnidad. La placa de guardia municipal les dio en ese perodo final un rango de autoridad frente a los desaprensivos que suelen abundar en la noche. el chuzo y el farol, con el consiguiente llavero, ahora mismo son el recuerdo de un ayer que cada vez nos parece más lejano al contemplar el Castellón actual con sus movidas nocturnas.

Eran los tiempos también en los que los guardaparque, conocidos popularmente como "llegüeros", aunque tuvieran la condición de guardias, no dependían de la Guardia Municipal, sino de los servicios correspondientes de Parques y Jardines. Por cierto, el nombre de llegüeros se les aplicó porque su uniforme era exactamente igual al de los camineros que tenían a su cargo el mantenimiento de una legua de camino y, de ahí, su denominación popular. En la actualidad, los guardaparques dependen ya y forman parte de la plantilla de la Policía Local.

En aquellos primeros años, la Guardia Municipal cumplía una serie de servicios que se mantuvieron hasta etapas aún relativamente próximas y que tenían, en ocasiones, carácter no sólo policial, sino también y sobre todo de funciones auxiliares en el Ayuntamiento, como la distribución del entonces más bien reducido correo municipal, cuando las notificaciones tenían que ser entregadas en propia mano. Era práctica habitual y, en algún caso, con no poca trascendencia cuando se trataba de ceses. En estas ocasiones, y también en más altos niveles, la llegada del "motorista" helaba el alma del destinatario. Tiempos de "urasa" y tente tieso.

En aquel Castellón más familiar, cuando todos lo sabían todo de todos, porque "todos nos conocíamos", los guardias municipales eran casi omnipresentes en la pequeña ciudad de provincias.

Poco a poco, el papel del Cuerpo fue tomando una mayor trascendencia a medida que paralelamente crecía la ciudad. En aquel Castellón más familiar, cuando todos lo sabían todo de todos, porque "todos nos conocíamos", los guardias municipales eran casi omnipresentes en la pequeña ciudad de provincias, pues al fin y al cabo toda la actividad se desarrollaba en torno a la Casa del Ayuntamiento y la Plaza Mayor. Su popularidad era evidente y no precisamente por las multas, ya que entonces a nadie se le ocurría denunciar como no fuera en situaciones de grave conflictividad que, por otra parte, nada tenía que ver con aquel tráfico de carros y bicicletas. Sin embargo, en los años 20, ya figuran en la plantilla guardias de circulación, y también, los primeros ciclistas, a los que los niños conocían con cierta mala intención como la "patrulla volante".

En aquel entonces, como ahora todavía, puntos conflictivos de la circulación eran "els Quatre Cantons" y la "Porta del Sol". Ya a finales de los 50 aparecieron los primeros pasos de peatones señalizados que motivaron no pocos chascarrillos, sobre todo cuando el urbano se ponía serio y ordenaba a los viandantes despistados, a golpe de silbato y con grandes aspavientos, a cumpliar la norma al grito de "¡Por la ralla!". Fue en 1961 cuando se instalaron los semáforos en las Cuatro Esquinas y no mucho después llegarían ya los "pasos de cebra", con su "bienaventurados los que creen en los pasos de cebra, porque ellos verán pronto a Dios". Mientras tanto, el parque móvil de la Guardia Municipal ya no sólo contaba con las eficientes bicicletas, sino que también llegaron las primeras motocicletas y alguna con sidecar incluido, que con alguna frecuencia era utilizado para sus desplazamientos por el jefe.

La gran expansión de Castellón, sin duda alguna la mayor de su historia, se produciría en aquella década que hoy se recuerda como "prodigiosa" de los años 60. La ciudad duplicó prácticamente su problación en poco más de seis años y superó la barrera de los cien mil habitantes, al tiempo que surgían uno tras otro todo un largo rosario de grupos periféricos al margen de toda legalidad urbanística, pero que, lógicamente, pronto exigieron también los servicios propios de cualquier núcleo urbano, incluidas las prestaciones de policía. Fueron los años del gran desarrollo, cuando Castellón pasó de ser una población eminentemente agraria a vivir plenamente todo un proceso espectacular de industrialización que comenzó en 1965 con Fertiberia y, dos años después, tuvo su continuidad en la inauguración en el Serrallo de la refinería de petróleos de ESSO, al tiempo que el sector azulejero vivía también su primera revolución tecnológica y otros sectores como el textil y la madera crecían en tiempos de desarrollo bajo la batuta de los tecnócratas en el gobierno.

En el recuerdo de las gentes perdura la imagen de aquel sargento Bellés, inspector-jefe Emilio Bellés Gasulla, que desempeñó el mando en la postguerra. Era tan "especial" que hasta vigilaba el buen orden, y circulen por la derecha, en la volteta pel carrer d'Enmig, según decía "para que el personal aprendiera a caminar correctamente por la acera", o sea que siempre por la derecha, tanto a la ida como a la vuelta, mientras el jefe permanecía atento a la rueda, paseando por el centro de la calzada arriba y abajo a lo largo de la calle. Imposible más uniformidad, buen orden y urbanidad.

Al llegar la Navidad, los castellonenses se acordaban de la Guardia Municipal y les entregaban obsequios en los puntos donde se encontraban aquellos guardias urbanos de casco, guerrera y guantes blancos.

Pero, indudablemente, el que llegaría a ser jefe por antonomasia de la Guardia Municipal fue el bueno de don Benito Ferro Vaamonde, al que algunos quisieron ver importantes relaciones familiares por el segundo apellido, a pesar de la ortografía, bien distinta del Bahamonde del Caudillo. Aquel jefe, que vino de Galicia, casó en Castellón y fue a todos los efectos como un castellonense más, plenamente integrado en una familia de profunda raíz castellonera. Con su gran humanidad, don Benito pronto se hizo popular en la ciudad y ocupó el cargo durante más de veinte años, en los que la Guardia avanzó en su modernización, hasta que llegó un momento en el que se impusieron nuevos criterios más adecuados a la realidad. Bajo su mando, el Cuerpo tadavía mantuvo gran parte de la filosofía fundacional, bien lejos de lo que llegaría a ser un Cuerpo de estas características, pero de cualquier manera impusieron la misión encomendada desde la complicidad amable con el vecindario para el de todos, en un ambiente que todavía podía permitirse el lujo de ser familiar. Eran los años en los que, al llegar la Navidad, los castellonenses se acordaban de la Guardia Municipal y les entregaban obsequios en los puntos donde se encontraban aquellos guardias urbanos de casco, guerrera y guantes blancos, en los enclaves más conflictivos para el tráfico. Junto a la sombrilla bajo la que se guarecía el agente, durante unos días, se amontonaban botellas de champañ, sidra, licores y productos alimenticios. Por cierto, en alguna encrucijada, para salvar al "urbano" se habilitó una especie de podio, que le hacía más visible ante los conductores distraídos. Una imagen entrañable era la del guardia de la plaza de la Paz, por cierto, que estaba obligado a dar preferencia de paso a la Panderola. En el contrapunto más grave, menos amable, los servicios en los cruces de las carreteras de Alcora y Borriol con el desvío de la carretera nacional.

Con la recuperación de las libertades y la democracia, también la mujer encontró su puesto en las filas de la nueva Policía Local, mucho más abierta y con un renovado concepto de su función social. Las primeras mujeres policías comparecieron ante el vecindario en el 81 y pronto adquirieron mayor importancia en el conjunto de la plantilla, al margen de cualquier tópico con aires de discriminación. De alguna manera, en el conjunto de la mujer policía, consituyó noticia relevante el ascenso de Charo al empleo de sargento. Fue todo un hito y, con ello, se abrió un nuevo abanico de posibilidades en la promoción femenina del Cuerpo. Hoy sería impensable una Policía Local en Castellón sin la presencia de la mujer.

Y Castellón vivía su vida en paralelo con la de la Policía Local. En estos últimos cincuenta años, por ejemplo, la ciudad ha tenido acontecimientos y conmemoraciones como el VII centenario de su fundación en 1952, la creación de la nueva diócesis de Segorbe-Castellón con la solemne entrada del obispo en 1960, y el VI centenario de la Santa Trobada en 1966. Fue en 1963 cuando la Panderola desapareció después de tres cuartos de siglo de vida. Acontecimientos más recientes fueron la creación del Colegio Universitario en 1969, un año después la desecación de la Marjaleria y en 1971 la inauguración del nuevo recinto de La Pérgola, por citar algunos hitos que perduran en la memoria colectiva. En todos ellos cuenta el testimonio y la presencia de la Policía Local.

Pero, entre las luces y las sombras que marcan la vida de Castellón a lo largo de los últimos cien años, están por un lado las circunstancias tan felices como las visitas de ilustres personalidades o la buena nueva en el cumplimiento de sentidas aspiraciones, mientras en la otra cara, pesan acontecimientos especialmente dolorosos por los que todavía gime el viento de la historia.

Así, aún duele el alma cuando a los más mayores les asalta la evocación de aquella tragedia del cine La Paz en 1921, al igual que la catástrofe que significó el desbordamiento del Riu Sec en la noche del 29 de septiembre de 1949 con la secuela de aquellos once muertos que llenaron de dolor una ciudad abatida en su lucha contra el agua y el barro. Momentos también especialmente duros fueron incendios que afectaron a bienes urbanos a parajes entrañables, como aquel fuego que destruyó la droguería de Blanch en la calle Alloza o el del Molí de l'Arròs, por citar casos concretos que en su momento tuvieron gran impacto en aquella ciudad aún con aires pueblerinos, y los incendios en el Desierto de las Palmas que, aunque no es término de Castellón, afecta también directamente al bienestar de los castellonenses. A lo largo de los últimos lustros no han faltado lamentablemente las inundaciones, especialmente en las zonas bajas del término municipal y en el entorno del Grao, así como tremendas heladas que asolaron nuestra agricultura y, de manera más significativa, la nevada de 1946, año que todavía permanece en el recuerdo como "l'any de la nevà".

Por el contrario, el gozo estuvo en las visitas reales y también del anterior Jefe del Estado. En el año 1905 llegó a nuestra ciudad, de paso y por vía férrea, el rey Alfonso XIII, al que convencieron para que recorriera las calles en carruaje. El propio monarca afirmaría al despedirse que se llevaba el mejor recuerdo de esta ciudad. Fue su única estancia en Castellón en este siglo, pero queda en los anales como un acontecimiento inolvidable. Respecto al general Franco, estuvo por primera vez en Castellón en una breve parada en su desplazamiento desde Barcelona a Valencia con ocasión de la grave riada que afectó a la ciudad del Túria. Volvería en 1958, en esta ocasión ya con un amplio programa de actos e inauguración, y su último viaje a nuestra ciudad se produjo en junio de 1967, acompañado de su esposa y de varios ministros, con ocasión de la inauguración de la Residencia de la Seguridad Social, la refinería ESSO Petróleos Españoles, la Escuela de Maestría Industrial y el Colegio Menor Sierra de Espadán de la Sección Femenina.

La primera vez que los Reyes Juan Carlos y Sofía estuvieron en Castellón fue en 1976, en momentos ilusionantes por el comienzo de la transición, y visitaron también distintos pueblos de la provincia como Nules, Onda y Morella. Los castellonenses se volcaron en su adhesión a los monarcas y se agolparon sobre todo en la plaza Mayor ante el Ayuntamiento para aclamar a la pareja real cuando compareció en el balcón principal de la Casa de la ciudad. Los soberanos volverían en 1993 para colocar la primera piedra de la Ciudad Universitaria y, hace unos meses el Príncipe de Asturias inauguraba el primer compleo del nuevo Campus universitario y asistía a la colocación de la primera piedra de las obras de soterramiento de la vía férrea en una circunstancia absolutamente histórica.

A lo largo de estos últimos cien años, la presencia de la Policía Local ha sido constante, discreta y callada, pero de gran eficacia para el normal desarrollo en la convivencia de los ciudadanos.

En estos y otros acontecimientos que configuran capítulos relevantes en la crónica de lo que ha sido la vida de los castellonenses a lo largo de estos últimos cien años, la presencia de la Policía Local ha sido constante, discreta y callada, pero de gran eficacia para el normal desarrollo en la convivencia de los ciudadanos, tanto en los momentos felices como en los más desafortunados. Hoy, la Policía Local es un Cuerpo perfectamente preparado en sus distintas especialidades, de acuerdo con las exigencias de una ciudad moderna y progresista. La formación y dotaciones del personal en sus diferentes grados y secciones es la mejor garantía en el ejercicio de las libertades públicas. Aquellas bicicletas de antaño han sido sustituidas por las más modernas motocicletas, con la existencia de una flota de vehículos absolutamente preparados para el cometido propio de una Policía, que está ahí no para la represión, sino fundamentalmente con carácter de prevención y ayuda al vecindario, para que Castellón sea una ciudad más grata y con mayor calidad de vida. La imagen más moderna, por reciente, podría ser ya el puesto de la Policía Local en la playa, nota que viene a definir el nivel de adaptación de este servicio, así como la voluntad de potenciar el turismo y la promoción de Castellón hacia el exterior desde las instacias municipales.